martin... en viaje

todo relato empieza con un movimiento, desestabilización del personaje. en este caso, un viaje, una mudanza, periplo. de esto se trata: obviedades y petulancias: un portenio en córdoba

lunes, diciembre 28, 2009

Un poema de "Poemas familiares" de Darío Cantón


SUBSUELO


Baja esa escalera;
enciende el cigarrillo.
Abajo te esperan amigos
jamás vistos
sabedores de que llegas.
El ambiente es tranquilo:
te recibirán
podrás hablar de lo tuyo;
te sentirás hermano
extraño hermano
de aquellos
que quisieron que olvidaras
los que se embriagan con vino
mientras hablan y pelean.
Mansos reptiles
semiocultos por el humo
atraviesan el salón;
hay mujeres también
hembras que no engendran
si no es erróneamente
sacerdotisas del culto
que cuidarán de tu orgasmo.


Baja esa escalera
no temas;
alguien que suda
te acompaña


(1975)

martes, diciembre 22, 2009

Texto presentación de "Shampú en los ojos" de JORGE NAPARSTEK

Shampú en los ojos. Algún lector un poco atento o preocupado por los títulos puede pensar, tal vez con razón, que “Shampú en los ojos” es el nombre de un libro de poesía joven y modernosa o modernísima o modernosísima, esa vertiente tan desarrollada últimamente en las letras vernáculas, poesía pop, eso que se llama vulgarmente, latamente poesía pop y que mayormente es poesía lata, o a lo sumo vulgar. Sin embargo “Shampú en los ojos”, el libro de Jorge Naparstek que hoy tenemos la felicidad de tener frente a nosotros, es un libro de (ó) en otro tiempo, transversal, antiguo, intemporal.

Times and other thieves, dice Joni Mitchell y esa línea abre este libro. Tiempo que es de “arena entre los dedos” antes que de relojes, tiempo que es escalas de tonos (música o colores) antes que de series numéricas.

No solo es el hecho de que los poemas que componen esta obra son trabajo de años, no son poemas escritos en velocidad de blog. Pero más aún, quiero referirme a un acento, a un carácter, a una sustancia que hace a los poemas de este libro. Es una letra hecha de tiempo, de ese fuego y de esa ceniza. Palabras hechas de permanencia y a la vez del saber íntimo de la finitud. “Tiempo es el enemigo que escapa”, escribe Jorge.

Es una poesía que no indaga en (comillas) la novedad, y sin embargo está hecha de sorpresa, de maravilla, de deslumbramiento frente a lo que late. Una mirada que se alza desde la incógnita y que encuentra preguntas en ese desnudar el mundo, imágenes, conexiones, azares, revelaciones breves pero no, nunca, respuestas, frases cerradas, dictados.

Estos poemas señalan la fatalidad de desviar la mirada o de percibir con otras partes, con otros sentidos. Es la determinación de otra zona áurea, un encuadre que demanda ver de una manera distinta, ver con una película jabonosa en los ojos. Esa es la particularidad del universo que nos trae Jorge, el ojo rasgado, un ojo que se suspende y es atravesado por fuerzas, hacia delante y hacia atrás.

“Tampoco tu ojo es el mismo”, escribe Jorge en la pág. 23. Tuve la suerte de leer el prototexto de “Shampú en los ojos” algunos meses antes de llegar a su versión definitiva. En aquel momento yo estaba convencido de que el libro se sostenía por sobre todo en las imágenes auditivas, que el relato que primaba era el de la percepción del universo a través del oído. Ahora que, impreso, volví a leerlo descubro que estaba equivocado. No deja, por supuesto, de ser el libro de un hombre que entre otras cosas es músico, un libro en el que hay una preocupación fuertemente musical. En la pág. 23 doy con una línea clave: “remontando el nervio óptico”.

Otro encuadre. La mirada se torna tan sutil, tan sesgada, que distingue zonas de lo real inabarcables para un ojo redondo. Así, como el ojo de un esquimal, puede distinguir matices de blancos (en este caso el poeta se detiene en el blanco de las hojas del cedrón). Ese ojo que es capaz de captar, además, “una grieta en la línea de espuma”. El oblicuo de la mirada construye hasta una secuencia hecha de “botella de plástico doblada en dos”, “pinzas de un cangrejo” y “signos de interrogación”.

Los ojos deformados, entonces, están llamados a hacer de lo real, una mirada sobre lo otro. En POSOLOGIA, Pág. 21 leemos: mejor mirar la tarde / lila sobre verde / ella espera / sentada / entre pétalos caídos / sobre un árbol invisible / un carpintero repite su llamado

La mirada se llena de cosas, incluso de cuestiones que escapan al nervio óptico. ¿Es lo fantástico que irrumpe? Todo lo percibido es fantástico. Las imágenes componen, por momentos, fragmentos de un escenario que parece propio de la fantaciencia o como solemos decir, ciencia-ficción. Desde el desfile de planetas y estrellas que invaden la visión hasta el clima enrarecido de comunicaciones en un ciber, que evoca más a un laboratorio de la NASA que a un locutorio de Cabana.

En la Pág. 29 leemos: el viento cambió / la noche huele a humo / eso no ayuda para el sueño / por motivos desconocidos / una ambulancia estalló esta mañana / raro espectáculo para los planetas / mensajes perdidos / entre los primeros grillos

En este paisaje de maravilla hay constantemente una presencia vital, un “coro de hojas”, una voz que se yergue desde la tierra, desde el trabajo y la curiosidad por la tierra. La mención de la naturaleza como parte central en la construcción de esa zona de encuadre del ojo rasgado. No hay contradicción sin embargo entre cultura y naturaleza, entre mundo natural y mundo de tecnologías. Es más bien como si Phillip Kindred Dick y Juan Laurentino Ortiz se dieran las manos y no fueran extraños y fueran a un altar hecho de amapolas, aguas calladas y satélites de ácido rotando.

Leemos en la Pág.19: en el teléfono / voces que pueden ser nuestras / nos inundan / dos piraguas / girando / a la deriva / por diferentes brazos / del mismo río

Ruidos y música que se apoderan de la cotidianeidad para instalar un paisaje mental, un viaje sin movimiento, la transformación de un vínculo traducido a una comunicación tecnologizada como en un juego de caracolas contra el oído donde una promesa de agua nos pierde. Dos mundos que se chocan y de esa explosión dan vida. Y en esa particularidad la amenaza. Esta forma de ser el cosmos, de ser en el cosmos, es ir, precisamente, caminar, como dice Jorge: “escoltados por promesas de tormenta”.

Una última cosa quisiera apuntar. Hay algo que conspira en estos poemas y es indecible. Algo que está vinculado al silencio, al silencio y a la música, a la forma en que se suceden las imágenes, al bordado de un verso con el que lo antecede y con el que lo sucede, la trama que conforman y la silueta que suspenden como una sombra hecha sin luz o de pura luz, como un silencio de blanca en infinito contrapunto con un silencio de negras, como una partitura que fuera una sola nota entre semitonos, imposible de anotar en el pentagrama. De esos materiales sutiles está hecho este libro.


viernes, diciembre 18, 2009

Presentación "Shampú en los ojos" de JORGE NAPARSTEK, Sábado 19,30 hs en La Fábrica


SÍÍÍ!
PRESENTACIÓN del libro de JORGE NAPARSTEK
Ahí estaremos!!!!!


lunes, diciembre 14, 2009

Viaje y epílogo (L.A.S. alias "el flaco")


...sueña y sigue
y viaja que la luz no lleva miedo
dulce fila errante
y profecía para el niño
y así tus manos se abrirán
por toda la poesía
y ama siempre como el río de la vida
y vagas sombras surgen al caer en el ocaso
y así tus manos se abrirán
por toda la poesía...



jueves, diciembre 10, 2009

Un fragmento de "Los pichiciegos" de Fogwill

Se ve alcanzado por un cohete de tierra o un tiro de artillería el avión. La punta, o la cabina, o la cola o el ala, siempre una de esas partes, se pone a echar humo blanco y después negro. Parece lastimado y el humito es la sangre que le chorrea al avión. Entonces, cuando empieza a sangrar, salta la tapa del piloto –ese plástico–, y se va por el aire. Después sale algo del avión: es como un fierrito que salta para arriba, da vueltas en el aire, siempre subiendo. ¡Es el asiento del piloto, pegado al piloto, que se eyectó! “Eyectar” es una palabra que parece medio degenerada: la gente no piensa en “eyectar”. La gente mira ese fierrito que da vueltas y sube y al final queda quieto en el aire, antes de empezar a caer. La gente mira y les podrías tirar con Fal desde medio metro, que igual seguiría mirando. Se copa en eso. Muchos se vuelven locos. El fierrito, parado en el aire, empieza a bajar. Baja despacio, va de a poco tomando su velocidad. El fierrito, el sillón del piloto, suelta después algo que le colgaba, como un globito color naranja. De ahí, al rato, cuando esto tiene mucha velocidad y ya viene cayendo, salen mechones blancos. Es el principio del paracaídas. El mechón blanco flamea. El fierrito, el piloto y su asiento se sacuden abajo por eso que les flamea arriba. Del mechón blanco salen bolitas rojas, azules anaranjadas y otras blancas que se inflan de a poco. Ya es como un globo: es el paracaídas del avión de que cuelga el piloto y todo lo que viene con el piloto. Todos miran. A esta altura del cuento nadie se acuerda avión que cuando se le saltaron el piloto y su silla apuntó al mar y fue directo a zambullirse entre dos olas, cerca de la playa. Se acercan otros a mirar el globo grande como una carpa de circo que baja despacito, llega casi volando. Cruza estancias y médanos, pasa entre el monte Sidney y el McCullogh y sigue como volando y pasa cerca de los techos de los galpones. Una oveja lo mira pasar. Más miran. El avión a esta altura olvidado de todos, duerme apagado en el fondo del mar, que por estas regiones no es muy hondo. Sigue viajando el globo, es como un viaje en globo: los colores, ese tipo colgando. ¡Pero no acaba de caer! ¡Pronto se acabará la isla y él nunca termina de caer! Sigue volando. Cerca del suelo vuela a la misma velocidad de un jeep que esté bien del motor. Lo sigue un jeep. El jeep va galopando entre las piedras y en cualquier momento podría destartalarse. Atrás del jeep va un perro siguiéndolo, ladrando. Más atrás, sin aliento, van los soldados y los curiosos que quieren ver cómo termina de bajar ese globo. Toca el suelo. Lo que venía colgando –el hombre, sus cosas y el fondo del asiento– toca el suelo y después se desparrama el paracaídas lleno de hilachas, flecos, soguitas y herrajes de aluminio. Es automático: hay un momento cuando se sueltan, automáticos, los herrajes y el piloto queda en el suelo y lo que fue paracaídas, medio desinflado, se arrastra por el campo hasta enredarse en algún palo, o en un arbolito que por la helada nunca pudo crecer. Llega el jeep, llega el perro, llegan los más ágiles, que corrían atrás. El perro sigue chumbando, copado con los restos del paracaídas que al moverse solos parecen fantasmas. Todos se acercan y rodean al piloto. Los primeros lo sientan, lo tocan, lo palmean, le destraban las sogas y le desconectan el casco con micrófonos y auriculares y el tubo de oxígeno. Los de atrás se pelean por ver. Los de adelante les pasan el casco con cables y tubitos arrancados; los de atrás se entretienen con eso. Los de adelante mueven al piloto, atrás gritan contentos. Los de cerca se miran. Tocan uno por uno la ropa del piloto y entre todos lo vuelven a acostar. Después se corren para que los de atrás puedan mirar también y dejen de empujarlos. Lo miran los de atrás al piloto y se callan y se miran entre ellos. Después dan media vuelta y se van. El piloto, acostado, es todo azul y venía muerto. Uno de los que quedan se quita el guante, lo toca y dice “¿Cómo es posible que esté tan frío en un día así como éste?”. Otros miran el cielo: gris, nublado. La mayoría se va. Los del jeep le revisan los papeles. Uno se queda para mirar fumando lejos y piensa si no habrá estado siempre en el aire flotando muerto, azul, helado, el piloto.